En el 2025, una figura pública declara su orientación sexual y todavía es tratado como noticia de última hora. Los titulares lo venden como “confesión”, los programas lo colocan en tendencia, y las redes lo convierten en debate nacional. ¿Hasta cuándo vamos a convertir lo íntimo en espectáculo?
En muchos medios de comunicación en Latinoamérica, el morbo sigue siendo el centro de la estrategia editorial. Los entrevistadores —y sobre todo las entrevistadoras— formulan preguntas sexuales sin reparo alguno, creyendo que ejercen libertad, cuando en realidad refuerzan estereotipos y desvían la atención de los temas que realmente aportan.
“¿Eres gay?”, “¿Con cuántas personas te has acostado?”, “¿Te gustan las mujeres también?”, preguntas como esas siguen apareciendo en entrevistas de horario estelar, normalizadas bajo una falsa bandera de “empoderamiento”.
Esto no es libertad, es oportunismo disfrazado de curiosidad. Y duele ver que muchas veces quienes más caen en esta trampa son mujeres periodistas o comunicadoras, que, desde una perspectiva mal entendida de género, creen que abrirlo todo al público es sinónimo de autenticidad. La vida sexual de alguien no es contenido. No lo era antes, y no debería serlo ahora.
Según un estudio de la UNESCO sobre libertad de expresión y medios en América Latina (2023), el 68% de los encuestados considera que los medios priorizan el entretenimiento por encima de la educación. Y eso se refleja en las parrillas: poca profundidad, mucha farándula, titulares llamativos sin sustancia. Esto no solo degrada la profesión; de la misma manera, envía un mensaje distorsionado a las nuevas generaciones sobre qué es relevante y qué no.
Lo verdaderamente transformador sería que una figura pública hable de su orientación sexual en el marco de una conversación sobre derechos humanos, salud mental o discriminación. Porque ahí sí hay valor, hay aporte, hay oportunidad de educar. Pero convertirlo en “contenido viral” solo perpetúa la cultura de la invasión y el morbo.
La verdadera revolución comunicacional pasa por volver a los valores esenciales: respeto, empatía, educación, responsabilidad con el lenguaje. La familia y la identidad se construyen también desde lo que consumimos en medios. Si normalizamos que se hable del cuerpo, de la cama o de lo íntimo como espectáculo, estamos formando consumidores insensibles y periodistas vacíos.
Necesitamos medios que formen, no que deformen. Comunicadores que eleven la conversación, no que la reduzcan al nivel de un chisme barato. Porque cuando dejamos de respetar lo privado, perdemos lo más importante: nuestra humanidad.
Así que, por favor: ¡acabemos con el morbo!
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