Estephany AntiguaLa sociedad se siente expuesta a la circulación con impunidad, graves riesgos y trágicas consecuencias por el territorio nacional de un importante número de motociclistas incluyendo a más de un millón que recurre a esa locomoción sin la mínima documentación sobre su procedencia e ingreso al país lo que por ley autoriza a una confiscación ipso facto. Como resultado, se proyecta hacia el mundo una imagen de caos sobre muchos espacios públicos de República Dominicana, extremo al que se ha llegado por la olímpica ausencia de aplicación de regulaciones viales. Deserción masiva y continuada de ejercicios de autoridad necesarios para la preservación del orden urbano y la seguridad ciudadana. No se repara en que tan violador de las leyes es el que las quebranta con peligros para la propia existencia y las del prójimo como aquel que tiene la obligación de aplicarlas y no lo hace. En pie está desde ayer una instrucción didáctica callejera de agentes de la Digesett en esfuerzo por crear una cultura de respeto a restricciones a ciertos «giros a la izquierda», lo que probablemente ocurriría en medio del desparpajo de quebrantadores motorizados de normas por todos los espacios de tránsito habidos y por haber. Un contrasentido absoluto: agentes induciendo a los automovilistas a respetar normas al tiempo que una marejada de motociclistas -invisibles para ellos- expresa anarquía meridianamente.
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La difamación que a este país causa la falta de régimen sobre millones de nuevos dueños de las vías moviéndose sobre dos ruedas ya traspasa fronteras y lo que desde el exterior debería provenir instantáneamente es un dedo acusador que en nombre de la civilización culpe a las autoridades de lo que está pasando considerándolas como mínimo insensibles e irresponsables. El dominio que sobre el asfalto dominicano tienen alcanzado numerosos motociclistas (salvo honrosas excepciones) con temeridades que los incluyen como víctimas frecuentes, ha llevado a Estados Unidos a alertar a sus ciudadanos a no usar, en esta tierra de nadie, el más desastroso recurso para viajar de un sitio a otro, cuya degradación el Estado dominicano tolera desde que amanece.
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