Primero de julio de 1925. En dos páginas completas de la revista Fémina, la socióloga mexicana Elena Arismendi, mexicana y creadora de la Liga de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas, escribe: “Libertad de pensamiento”, y con su mirada adelantada promueve un cambio editorial trascendental en la red de publicaciones del hemisferio.
Las pioneras dominicanas, encabezadas por la maestra normal Petronila Angélica Gómez Brea, comienzan a develar en sus artículos esas barreras ocultas que limitaban la “libertad de pensamiento” en el país, pero también colocaban en riesgo la paz mundial, y es que se avecinaba una época oscura que viviría el mundo, una contienda global despiadada.
¿Pero, qué escribe sobre la libertad de expresión y pensamiento la también fundadora de la Cruz Blanca Neutral durante la Revolución Mexicana, para dar atención médica a los soldados que abogan por reformas importantes en aquel tiempo? En aquel texto preclaro, Arismendi precisa la importancia de la “libertad de pensamiento” para avanzar como sociedad. “Una mala interpretación de los dogmas religiosos, los extremismos y la rigidez en las tradiciones sociales han limitado el desarrollo y la innovación. Puede afectar negativamente la convivencia y el progreso”.
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En aquel amplio recorrido por los hechos que colocaban en riesgo al mundo, la enfermera y socióloga menciona cómo en gran parte de Europa y Asia “el grupo en el poder imprime el sello de sus ideas a todas las actividades sociales, impidiendo la libertad y diversidad de pensamiento… ¡Este es un error muy grande!”. Además, aseguraba que “ya pasó el tiempo en que la ignorancia era una virtud y en que la falta de carácter y de una personalidad propia merecían elogios”.
Aquellas palabras no solo venían ante las inquisiciones mediáticas que ocurrían, era un llamado a las mujeres de que “se podía ser progresista, se puede pertenecer a congregaciones religiosas y otras instituciones. Estos asuntos no son incompatibles ante la libertad de pensamiento”.
Ya en 1923, Arismendi también habla de la “comunicación espiritual”, para referirse a la acción de expresar las ideas a través de todos los medios, pero con respeto a las ideas de las demás, reconociendo que el verdadero progreso humano se construye desde el diálogo, la empatía y la capacidad de escuchar con apertura. Para ella, esta “comunicación espiritual” no era solo un acto individual, sino una invitación colectiva a edificar puentes entre pensamientos diversos, sin renunciar a la verdad.
En pleno 2025, la lucha por la libertad de pensamiento y expresión encuentra nuevos escenarios: las plataformas digitales, las redes sociales y los entornos virtuales donde miles de voces se alzan, pero también donde crecen los discursos de odio, la desinformación y la censura encubierta. En ese contexto, el legado de pioneras como Elena Arismendi y Petronila Angélica Gómez Brea cobra una vigencia ineludible.
Hoy más que nunca, defender el derecho a pensar diferente, a disentir con respeto y a comunicar desde la ética es una tarea urgente que atraviesa generaciones y fronteras.
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