Estos días, las redes sociales están inundadas por una nueva tendencia. La dinámica es simple: listar las “propagandas” en las que uno no piensa caer. Es una forma de resistir, con humor o convicción, a ideas que circulan como verdades absolutas en internet. Y aunque el término ha mutado con el tiempo, vale recordar lo que dijo Edward Bernays, pionero de las relaciones públicas modernas: “La propaganda es un esfuerzo constante por moldear percepciones, manipular pensamientos y dirigir comportamientos.”
Y es cierto: no pasa un minuto sin que estemos expuestos a ella. Así que, motivada por la tendencia, decidí hacer mi propia lista de propagandas en las que no pienso caer. Vamos a ver qué tal me va.
“El pobre es pobre porque quiere.”
No. Nadie elige la pobreza. Lo que sí existe es un sistema que distribuye de forma desigual las oportunidades, penaliza los orígenes humildes y romantiza el esfuerzo como si fuera suficiente para escapar de la marginalidad. Esta frase no solo es falsa, también es cruel: culpa a la víctima y exonera al sistema. La movilidad social no depende solo de voluntad: requiere justicia, acceso real y una sociedad dispuesta a corregir las brechas que produce.
“Todos los problemas del país son culpa de los migrantes.”
Falso y peligroso. Migrar no es un delito, es una respuesta a contextos difíciles: pobreza, violencia, persecución o desastres climáticos. Culpar a los migrantes es desviar la atención de los verdaderos problemas: la corrupción, el abandono institucional, la desigualdad estructural. Además, es olvidar que la migración es parte de nuestra historia común, y que detrás de cada persona que cruza una frontera hay una historia que merece ser escuchada, no condenada.
“Si una mujer fue agredida, algo habrá hecho.”
Este pensamiento es tan común como devastador. Es una forma de complicidad con la violencia machista, que desplaza la culpa del agresor hacia la víctima. Ninguna conducta justifica la agresión. Ni la ropa, ni el lugar, ni la hora. Lo que hace falta no es más control sobre las mujeres, sino más educación sobre el respeto, la equidad y la libertad. Culpar a las mujeres perpetúa la impunidad de quienes agreden.
“Aquí hace falta un Trujillo.”
Jamás. No necesitamos nostalgia por dictaduras, ni discursos que idealicen la mano dura. Lo que hace falta es un Estado que funcione, instituciones confiables y ciudadanos críticos. El orden no debe basarse en el miedo. Quienes piden un Trujillo quizás olvidan que no se puede exigir justicia con una bota en el cuello. La democracia puede ser lenta y ruidosa, pero siempre será preferible a cualquier forma de autoritarismo.
Hay ideas que se disfrazan de verdades solo porque se repiten mucho. Resistirlas no es rebeldía ni heroísmo: es un acto mínimo de lucidez. Nombrar las trampas, negarse a repetirlas, seguir pensando por cuenta propia. Porque no todo lo que suena fuerte merece ser dicho. Algunas cosas es mejor callarlas… antes de que se normalicen.
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